Cómo la pequeña Andrea se libró de su tumor gigante

Andrea, con el doctor López Gutiérrez FOTOS: ALBERTO DI LOLLI
  • Andrea Quijada, panameña de 14 años, vivía desahuciada por un tumor que le ocupaba toda la espalda y el abdomen. Sólo su abuela se lo curaba: nadie más aguantaba el olor.
  • Gracias a una fundación pro infancia, una cuestación popular y un experto doctor del Hospital de La Paz, han logrado someterla a tres operaciones exitosas y salvar su vida.
  • Este lunes regresa a Panamá. “Esto que me ha ocurrido es lo mejor que me ha pasado en la vida”, dice. “Yo sé que he tenido mucha suerte”
|PEDRO SIMÓN |Madrid1 |2 JUL. 2018 01:41Vivía aislada en una habitación en un barrio humilde de Panamá capital. Era una habitación en la que improvisaron una ventana y un ventilador: todo lo que fuera para expulsar el hedor de la niña. Lo que apestaba lo llevaba a la espalda: un tumor desmoide inmenso que le tenía invadido el tronco y que le asomaba detrás como una jiba purulenta.

Vivía desahuciada. La sanidad panameña le estaba administrando quimioterapia paliativa y poco más. La madre arrastraba un problema neurológico. Los tres hermanos pequeños preferían jugar fuera. La abuela le curaba aquello que le crecía detrás. Nadie más aguantaba el olor. Cuando tenía muchos dolores, la niña se tiraba al suelo.

Entonces cerramos los ojos un instante, los abrimos y lo siguiente que vemos es a Andrea Quijada a 8.158 kilómetros de su casa. Saliendo de un quirófano del Hospital de La Paz. Sin el tumor desmoide que le ocupaba toda la espalda y el abdomen. Y -a sus 14 años- diciendo cosas como la que sigue: «Las pocas veces que salía de casa, la gente se me quedaba mirando por la cosa y por el olor… Allí los médicos me decían que tenía que aprender a vivir así. Pero vivir así no era una opción».

Entre una imagen y otra; entre el confinamiento a causa de la enfermedad y las tres operaciones en el hospital madrileño; entre Andrea con todo el peso del mundo a la espalda y Andrea ligera; decimos, hay un periodista panameño que popularizó su caso (Luis Casis), una organización por la infancia con sede en España que conoció su historia (Fundación Olloqui), una cuestación popular que logró el dinero necesario para ser operada en la sanidad pública de nuestro país y un doctor español que lo hizo posible hace unas semanas.

Juan Carlos López Gutiérrez es jefe de sección de Cirugía Plástica Infantil de La Paz. En 31 años de profesión jamás había visto nada parecido.

«Lo primero que piensas al verlo es cómo es posible. Era un tumor desmoide [del tejido fibroso], muy agresivo, con mucha fuerza replicativa. Tocaba el riñón, la aorta, desplazaba todas las vísceras abdominales… Es un tumor benigno que, dependiendo de dónde esté localizado, puede llegar a ser mortal. En su caso, si hubiera estado 40 centímetros más arriba, estaría muerta… La niña no podía vivir con nadie al lado por el olor que desprendía. El pedazo de carne estaba podrido, infectado y necrótico. Ya no se trataba sólo de salvar una vida, sino de darle calidad de vida a una niña, de devolverle las relaciones sociales a una persona que era tratada como una apestada».

La palabra apestado viene de peste. Los apestados eran recluidos en centros aislados de los núcleos urbanos. Podría haber elegido otra, pero es la palabra que acaba de pronunciar el hombre que le ha salvado la vida.

Habla Alba R. Santos, directora de la Fundación Olloqui, que cuenta cómo vio a Andrea. «La conocí en un viaje a Panamá donde hacemos seguimiento de algunos niños trasplantados en España. Vivía en una casa muy humilde. Entre el calor del espacio en el que estaba y la herida, era una situación insoportable. Yo nunca había visto un tumor de aquel tamaño, tan descompuesto, y que mermara tanto la calidad de vida de una niña y su relación con los demás, debido al mal olor… La niña estaba en una situación de abandono importante. O aquella tumoración se infectaba o crecía y crecía hacia los órganos vitales y fallecía aplastada».

Habla Andrea Quijada, que cuenta cómo se veía ella. «Me levantaba tarde y sin hambre [el tumor tenía aplastado el estómago]. El olor era muy muy horrible, fuerte, tan fuerte que se quedaba impregnado en mi ropa. Mi abuela me contó que una vez ella sintió el olor a su espalda y que se giró porque pensaba que me había levantado y yo estaba detrás. Pero no: es que el olor era tan fuerte que le llegaba desde la otra punta de la casa… A veces el dolor me tiraba al piso, no podía dormir boca arriba, a veces no dormía del dolor. No era tanto miedo lo que tenía, sino preocupación. ¿Qué iba a hacer mi familia si me quedaba así?».

Andrea no tuvo que esperar una respuesta a su pregunta. La Fundación Olloqui le pidió auxilio a su doctor de referencia, Gerardo Prieto (ex director de La Paz, gastroenterólogo zamorano, 81 páginas de currículum, un profesional jubilado con 47 años de servicio, el fundador de la Unidad de Rehabilitación Intestinal y Trasplante Multivisceral, toda una vida salvando niños). Y este médico total les habló del hombre que buscaban.

Entonces la pregunta fue otra: cómo sacar a la niña en esas condiciones.

«Pensamos en un avión medicalizado, pero eso no hay quien lo pague», recuerda el hombre que buscaban, que no era otro que López Gutiérrez. «Entonces se me ocurrió que la envolvieran en papel film, ese plástico transparente que se utiliza para la comida, desde las axilas a la pelvis. Lo hacemos con los niños quemados que no se pueden mojar. En el caso de Andrea, para que fuera posible hacer el viaje ocultando aquel olor, se embadurnó antes el tumor con crema antibiótica y gasas impregnadas de colonia».

Aquello funcionó. A las 11.00 horas del pasado 5 de abril, un vuelo comercial de la compañía Iberia aterrizaba en Barajas.

La escena que sigue comienza con una ducha de la niña en La Paz. La desnudan y la lavan. Sanean todo lo posible la parte necrosada del tumor. Utilizan tijeras. Cortan. Raspan. Aplican cremas antibióticas. No está siendo fácil para nadie. Y todo el proceso se salda con dos enfermeras mareadas.

Seis días después es intervenida. Según consta en el historial clínico de Andrea Nicolle Quijada Samudio, será la primera de las tres exitosas intervenciones que tendrán lugar.

El cirujano pediátrico pasea con Andrea, que va con un alza de varios centímetros para compensar su espalda vencida. No sé qué le señala en lo alto. La niña sonríe. Le pone la mano en la espalda muy despacio. Igual que si fuera a detonar.

Su caso ha sido como el de esos coches de Fórmula-1 que son arreglados por un montón de técnicos al mismo tiempo: su ingreso hospitalario en La Paz ha estado bajo control multidisciplinar de los equipos de Cirugía Reconstructiva, Urología, Cirugía Ortopédica, Rehabilitación, Nutrición, Endocrinología y Oncología. Tal era la avería. Antes de que acabe el año, deberá volver a operarse para enderezar la columna.

«Es una niña con una inteligencia y una madurez llamativas», asegura el doctor. «Y más teniendo en cuenta el tiempo que ha estado sola y sufriendo. Me sorprende que no muestre secuelas de la tortura por la que ha pasado».

La niña se cansará a los 20 minutos de vernos. Durante toda la entrevista, nos contestará tumbada. Como si estuviera en el diván del psiquiatra. O como si fuéramos a operarla por cuarta vez, en esta ocasión con un boli Bic de color negro. O como si fuera su forma de mirar la vida.

Porque lo es.

«Dejé de jugar con los hermanos porque un golpe ahí era un dolor terrible… Esto que me ha ocurrido es lo mejor que me ha pasado en la vida. Yo sé que he tenido mucha suerte. Porque en el mundo habrá otros niños como yo o incluso peor. Nada es imposible para Dios».

El cirujano pediátrico y especialista en cirugía reconstructiva Juan Carlos López Gutiérrez ha visto cosas tremendas y resurrecciones maravillosas. Puzles a los que le faltaban piezas y que ahora encajan. Chicos quemados hasta lo indecible que ahora se hacen selfis.

-La próxima vez que vengas te opero las orejas también -bromea el doctor.

-No -sonríe la niña-. Para algo que tengo mío y bonito, no.

El lunes regresa a Panamá. Se da la vuelta y camina. Andrea lleva un mochila negra de cordones a la espalda. Huele a chicle de fresa. Tiene las orejas desabrochadas más hermosas del mundo.

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